¿Qué viene después de la composta? - Crónica del día que fui a un centro de compostaje
Eran las 8:50 de la mañana del jueves 13 de febrero del 2020, alcancé a llegar temprano, algo no muy común en mí. No era una clase normal, ese día fue distinto. Mis compañeros y yo nos reunimos en el centro de compostaje, hacía mucho calor, lo suficiente como para haber deseado llevar una gorra y una botella de agua extra. La maestra dio instrucciones, como siempre, mi mente estaba en otro lugar. Un señor llamado José Daniel López salió, el recorrido por el lugar daba inicio.
Caminamos por una especie de sendero, un monte. No
habían pasado ni cinco minutos y ya estaba cansado. De repente vi una víbora,
pasó por debajo de mis pies, grité pero mis amigas lo hicieron aún más fuerte,
a los demás no les importo mucho. Nos detuvimos, el guía - experto se puso
frente a nosotros para enseñarnos acerca del tema, uno que admito, nunca supe
cómo reconocer su belleza e importancia hasta el día de hoy; la composta.
José Daniel explicaba y mi cerebro procesaba la
información. Estábamos parados sobre dos o tres hectáreas de terreno, había
máquinas y señores trabajando, el sol me pegaba directo en la cara, pero eso no
me impidió prestar atención por unos minutos.
En este lugar se juntan la mayoría de los residuos
naturales de Cuernavaca para su mantenimiento y cuidado. Cualquiera puede
participar en la causa y mientras más pequeños sean los residuos, mejor. Todo
esto para rellenar de composta las áreas verdes de la universidad autónoma del
estado y una que otra área del municipio.
Explicaba y explicaba cosas, sentía que mi piel era un
tono más oscuro de lo habitual, trataba de cubrir mi rostro con mi brazo, de
alguna manera funcionó. Volteaba a ver a mis alrededores, grandes cúmulos de
composta gruesa (conformada por madera, hojas, etc.), casi se podían oler. A lo
lejos se veían árboles enormes que marcaban el fin del camino de la
civilización.
Había llegado el momento de cambiar de estación, de
dirigirnos hacia la segunda parte del recorrido. José Daniel nos preguntó por
cual camino queríamos pasar: Por donde llegamos o por uno de tierra, que
parecía desagradarle a algunos. Elegimos el de tierra. Era una tierra bastante
ligera, fina, cada paso levantaba polvo de una manera brusca, había que tener
cuidado. Nos veíamos como astronautas, tratando de pisar correctamente para no
ensuciar nuestros zapatos.
Llegamos a un lugar cerrado, era bastante pequeño,
apenas cabíamos. En el suelo había un tipo de contenedores hechos de ladrillo y
cemento, el experto nos explicó que en ellos se realizaba otro tipo de
composta, la composta fina, la cual está compuesta de cascaras de frutas,
verduras y otros componentes. A esta se le añade un elemento especial, las
lombrices, cuya función es la descomposición total de los residuos.
Pudimos ver varios contenedores. Uno de estos estaba
lleno de composta, residuos de fruta y verduras, sobresalían las cascaras de
naranja, lo que más se recolecta en la universidad. El olor me recordaba al
espacio que hay entre el jardín de mi casa y la barranca, ahí mi madre y mis
tías suelen tirar todos los residuos de comida, eso de alguna manera es una
composta y nunca me había dado cuenta.
En otro de los contenedores, que estaba cubierto con
un plástico negro parecido al de las bolsas de basura, había lombrices. Estos
pequeños seres se retorcían entre la tierra que parecía estar mojada, de hecho
si olía a tierra mojada, como si hubiese acabado de llover. Había cientos de
lombrices; me recordó a mi infancia, tardes en el jardín de mi abuela jugando y
experimentando con ellas, siempre me han parecido muy curiosas, de hecho ese
día aprendí algo: que las lombrices no son insectos, ese dato me voló la
cabeza.
Finalmente, nos dirigimos a la última parte del
recorrido, una parte que parecía improvisada pero que fue muy linda de ver. Se
trataba de un pequeño huerto, el cual era una prueba de que la composta servía
y de que pudo dar vida a nuevas plantas, frutos y verduras, a nuevos seres.
El resultado era bastante agradable, yo di un
recorrido por todo el huerto, algunos simplemente se quedaron en la entrada.
Unos compañeros pidieron permiso para desenterrar una zanahoria, lo obtuvieron;
aquella parecía un mutante, eran dos zanahorias en una, como las piernas de
alguien.
Había llegado el momento del final del recorrido, me
sentía feliz, el calor se había ido, nos ofrecieron comprar una pequeña
suculenta por la cantidad de 10 pesos, la compré.
Fue una buena experiencia después de todo, iba hacía
mi casa con esa pequeña prueba de que incluso las cosas muertas, como los
desechos de la composta, tienen oportunidad de florecer de nuevo y convertirse
en la pequeña suculenta que llevaba entre las manos.
Regresé a casa, había olvidado a mi suculenta en un
baño público del centro de Cuernavaca, no sé qué haya sido de ella.
Comentarios
Publicar un comentario